DOS POETAS PREMIADAS

 
Maximilian Pirner. “Hécate”, pastel sobre papel, 1901

     En la hondura de la palabra, allá donde la noche no duerme, Hécate, señora de la intersección, dispone su senda para que dos poetas la transiten. La diosa triforme no habla, pero todo en ella es lenguaje: las llaves que cuelgan de su cintura, las antorchas encendidas, el ladrido de sus perros espectrales; simbología que se apropian quienes recogen su huella.           Estas dos poetas no se buscan, se encuentran. Vienen de orillas distintas del sueño; cada una carga con su silencio, su fuego, su piel, su herida. Se miran en un espejo colonial, hecho de niebla y de frío, y se reconocen. Atraviesan el pórtico donde la palabra toma cuerpo y se convierte en un animal ancestral que escarba la memoria.           Una escribe con la Luna hiriéndole las manos; la otra, con los pies en la ceniza tibia del hogar. ¿Quién es quién? ¿Cuál habita a este lado del espejo? Ambas invocan. Ambas escuchan.           Hécate no interrumpe. Las guarda, las cobija, protege el nido, porque sabe lo que se avecina: ha leído lo que ellas aún no escriben.         No hay ritos, no hay pactos, hay revelación, re-conocimiento. Y Hécate, protectora de brujas y de otras mujeres que desafían lo invisible, vigila los bordes y sonríe en la penumbra, mientras la poesía se abre camino.

Carlos Castillo Quintero

 
F. Rossi. Hécate la Luna, 1545
 

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©Ross Madder, «Retorno a Pompeya», fotografía, 2021
 

MÍSERO FESTÍN DE LAS GAVIOTAS Viaje a través del eco silencioso de su espejo  por: Ross Madder

 

    Mísero festín de las gaviotas, de Yulieth González Zea, es un canto profundamente humano. Al traspasar la puerta cancel, una mano espera y guía por los espacios de la memoria, me conduce a través de sus paisajes, y deambulamos como dos niñas. Ella me muestra en el espejo los tiempos de antaño: la montaña, la bisabuela, la abuela, todas las mujeres de su linaje. Llegamos a un ritual de chamanas, a un círculo sagrado donde los vapores de lágrimas y sudor nos elevan en un viaje y es tan real que siento el olor de los eucaliptos y la tierra húmeda que aguarda los sacrificios. Desde el inicio, todo se anuncia con visos de olores salinos y tormentas.     De pronto, el espacio se oscurece, la magia se desvanece, todo es lúgubre y de su mano corro hacia la luz. El deseo de volar mantiene abierto el camino, parece que hallamos la libertad, pero pronto esa misma libertad revela sus fronteras. Descubrimos que no todos los caminos llevan a Roma; algunos llevan a un espacio más sagrado: la casa de la infancia. Entonces somos Hansel y Gretel, buscando migas de pan para volver, es un bosque donde anhelamos la luz, pero nos habitan las sombras. Allí, las mujeres siembran en la oscuridad, y el día y la noche se balancean en una misma penumbra.     La escena es dogvillesca. La voz que canta se vuelve visceral y lúgubre. Los espacios se fragmentan. Es la poeta quien deambula por cada parte de su cuerpo, en cada dolor de su carne, en cada recuerdo. Silenciosa, danza como quien recorre las habitaciones de su propia casa. Me viene a la mente Casa tomada, de Cortázar, ese no sé qué que palpita, que acecha en los corredores, que derriba puertas mientras el corazón late. Pero pronto aparece la Amazona, la que monta su bicicleta sin frenos, la que enseña esa forma de felicidad en medio de la tragedia.      Nos sentamos frente al espejo, ahora no es ella… o sí, pero también son sus mil versiones. Viaja por sus rostros como reconociendo su lugar en el mundo. El espejo se ensancha y revela el dolor de su cuerpo; paraíso profanado. Los ojos se cierran para no ver el abismo, pero ella se hunde, se desvanece entre mis manos, porque el abismo no habita afuera sino dentro de su propio plexo.     La travesía continúa. Caminamos por una calle en la ciudad, pero ella siempre mira hacia atrás: hacia su tierra, sus raíces, hacia el segundo que acaba de pasar. Aunque se halla libre, algo aún la ata y la llama de regreso. Siempre será la niña del listón rojo, la que contempla su cabello —pájaro que vuela y a la vez ofrenda cabellos para nidos ajenos—. Contempla a los pájaros, a su gata que se quiebra, juega, salta al tejado, y al niño que sangra rosas, es decir, desde su mirada, todo deviene en poesía.     Por un instante deja de mirar el mundo, porque en su vientre retumban bombas y cañones, se observa y encuentra el mapa; su cuerpo aún no se descifra. Es un caleidoscopio que se mira desde siete dimensiones, desde allá y desde acá, desde los ojos del gato, de la gaviota, de la nostalgia. Deambula las calles con su propia verónica, y el mundo solo le responde con espaldarazos. Ella es la metáfora nietzscheana de “aquello que hacemos y nunca es comprendido, sino apenas acogido con elogios o críticas”. A cada paso de la ruta parece crecer un poco más, y de pronto es la sensualidad de quien lee páginas vedadas, una flama candorosa donde el placer es su renacimiento y ella duerme tranquila en los brazos que son ahora su hogar.     Se despierta a la luz, al vuelo, el viaje, el alivio, es ella en su propio vuelo, respira, siente que deja todo atrás, pero el olor salino le recuerda sus lágrimas. El mar le revela sus propias profundidades y sus lestrigones. Aparece nuevamente la mirada —la que observa y es observada—, el tedio, la superficialidad. Consciente del mar y sus visitantes, del veneno y la humillación para las gaviotas, ve las migajas, el banquete donde estas aves son extranjeras en su propia tierra. El sonido del mar, la nostalgia, el vacío, la náusea la arrastran hasta las más profundas praderas, donde transmuta una y otra vez en seres mitológicos, en barquitos de papel. El viaje dogvillesco comienza su fin, se apaga lentamente en la quietud del sofá rojo, entre los souvenirs, para morir en una muerte ajena: la de los estorninos y la cabeza de pescado, alusión de su propio ser sobre la arena, entregada al mísero festín mundano.     Este es el círculo constante de estas letras: de dolor y redención, de muerte y renacimiento, de múltiples metamorfosis. Es el viaje de alguien que parece ir de las montañas hacia el mar, pero que realmente nunca se va ni termina por volver. Un Ícaro en vuelo eterno que canta esa historia donde “nadie puede huir del todo”. Caminar por las letras de Yulieth González Zea es abrir un cofre que alumbra el reflejo propio, pero que suele cerrarse con una bofetada de conciencia, tras la cual se desea seguir leyendo. Es una exploración de los abismos del cuerpo, del deseo y la memoria. Un canto que suena con voz descarnada y audaz. A través de su poética, invita a un vuelo que es, a momentos, intenso; a momentos, hiriente; pero siempre valiente y perturbador.     Para concluir, el poemario se caracteriza por una escritura sin concesiones, que dibuja la cartografía de un cuerpo femenino como campo de batalla y territorio de enunciación. La constante alusión a lo corporal le otorga una intensidad que trasciende lo anecdótico y alcanza lo simbólico. El lenguaje, potente e incisivo, conmueve, asombra e incómoda. La lectura se vuelve experiencia inmersiva, casi física, como entrar en las flamas de un volcán que alumbra y quema. Aquí, la gaviota es símbolo de libertad y belleza, pero también deviene carroñera, imagen de lo salvaje que se alimenta de las migajas ajenas, del dolor humano. Mísero festín de las gaviotas es un grito poético que dice todo aquello que se siente, pero no desde la queja, sino desde la valentía de quien se observa y se reconoce con sus luces y sombras. Una diatriba que no busca consuelo, sino verdad; un canto de renacimiento y eterno retorno, que se alza como acto de memoria, resistencia y coraje.

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©Ross Madder, «Propósito», fotografía, 2024
 

Muestra poética

PROPÓSITO

Hay restos de mi cabello por toda la casa. Los reúno devano pequeños ovillos los acomodo en el alféizar de mi ventana y espero.

Ritual silencioso ofrenda para que un colibrí trence su nido.

Cálido será el sueño de sus polluelos.

Cuando emprendan el vuelo habrá concluido mi propósito.

    POÉTICA CON PELOS Para Linda El poema se posa sobre el polvo de las cajas y espera. El poema se desborda se cuela por las rendijas muta, se detiene, me mira maúlla y se recuesta en mi pecho. Suave y libre el poema ronronea salvaje se queda conmigo me adopta y no me suelta.     MÁQUINA DE COSER Soy incapaz de mantener intacta mi piel. La dejo deshecha en la acera en la rama de un viejo roble o en otra piel. Con un hilo infinito remiendo, una y otra vez, heridas que sanaron hace ya mucho tiempo.   Más poemas de Yulieth Gonzalez Zea AQUÍ Poemas en la voz de Yulieth Gonzalez Zea AQUÍ  

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©Yulieth Gonzalez Zea, «Rose», acuarela, 2024
 

VITRIOL: VALLE DE LA LUNA Vuelo sobre Estigia por: Yulieth Gonzalez Zea

 

     Entré en las páginas de Vitriol y me encontré decodificando cada verso, maravillada, como si estuviera ante los rollos sagrados de un templo griego, me dejé guiar por Ross en la forma de una mujer sabia, entonces la seguí en cada poema, me habló desde su dolor, desde el amor y sobre todo desde su constante necesidad de cuestionarse sobre la vida.    En el primer poema se devela una mariposa aleteando sobre las aguas como una metáfora del cambio, de la transmutación, de la metamorfosis, y la cual, en páginas siguientes, se torna más clara. Poco a poco aparecen ante mí, personajes y lugares mitológicos que se vuelven esenciales en la búsqueda incansable de Ross por el sentido de la vida, por cuestionarlo y por reafirmar que cada acto humano está traspasado por la muerte, pero no la muerte como el fin de todo, sino como la posibilidad de renacer en otro cuerpo, en uno que supera lo tangible.      Encontré también una invocación, casi ritual, del placer carnal, del disfrute del cuerpo de un otro, amado y repudiado por su ausencia, después del deseo me tropecé, de nuevo, con su preocupación por la identidad, por saber quién es ella, como si por fundirse con otro ser, se hubiese olvidado de su propio rostro y tuviera que encontrarse de nuevo. Justo ahí apareció la desazón, el presagio de la “carta de tres espadas” y un destino: el Hades. Pude sentir cómo se hundía, pero también como retomaba el aliento y continuaba la ruta hacia una latitud cobijada por el sol abrazador y la espuma, en donde sobrevuelan gaviotas de plata.      Vi también a una mujer que retoma las fuerzas, unge sus heridas y se pregunta si es capaz de enfrentarse a la vida de nuevo. Con la firmeza de construir un nuevo rostro, dice: Me pinto para crear mi mayor obra de arte. / Preferible me cincelo a fuerza de caos, / la pica en mano sobre mi duro mármol, es en estos versos en donde yo reconozco a la mujer valiente que es, remando a contracorriente sobre Estigia, regresando a la orilla, decidida a encontrarse consigo misma y vencer la oscuridad. En este punto, el Vitriol de Ross se torna apacible y acepta su ser transformado, ella dice: somos hoja que al río cae, en ese verso yace la esencia de su nuevo ser e imagino las alas apacibles de la mariposa. Así es como termino la lectura y estoy al otro lado, en la última línea comprendo el Vitriol.      Antes de retirarme, no puedo evitar regresar sobre lo leído y dar un último vistazo a la simbología de los elementos en cada parte del libro, me atrevo a decir que son una representación de los estados de su ser, el momento por el cual transita la autora y un diálogo solemne en el que ella es capaz, como las deidades presentes en el libro, de controlar los elementos a su favor, a favor de su transmutación.      Queda en mí la esencia de un libro místico y un viaje espiritual en el que reconozco la voz poética de la mujer que lo habita, la misma que me guía de principio a fin por sus páginas. No levanto la vista del libro sin antes cuestionarme sobre mi propio reflejo.

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©Yulieth Gonzalez Zea, «El regreso», acuarela, 2024
 

Muestra poética

EL SUEÑO DE ÍCARO

El laberinto se derrumba hacia el sol y el velo de malla se hace más denso. El destino aguarda el As bajo la manga, el juego ahora monocromo de cine mudo. El Minotauro se disuelve en la moneda, tras la escena el miedo acecha. La guerra perpetua que ya no se detiene mientras la rueda sigue girando. Los misterios del universo en cada camino. El olivo bendice el paso y el pensamiento, ya el acto debe ser elegido. ¿Llevaré la máscara de Apolo o Dionisos en este camino?

    PI

Se rompió el molde, ya nada será inmutable. La idea ha sido creada antes de la materia. Todo en natura son meros reflejos. La materia: mi única posibilidad inherente. Me pinto para crear mi mayor obra de arte. Preferible me cincelo a fuerza de caos, la pica en mano sobre mi duro mármol. Sé que el caballo y el universo me habitan ahí dentro.

    EROS

Toda imagen lleva hacia el escape en el jardín. Su mirada mi tiempo detiene y mi fuego crepita. Intensidad se llama este calor pasional, la atracción impulsiva, sexual e instintiva. El crono silencia ante el deseo que alumbra, el portador de la luz se eleva en sus alas doradas y la muerte es el abrazo temporal de los amantes. La excitación y el dolor comparten un mismo rostro. La mirada… apostata mirada. El eco de lo divino son sus avenidas en llamas. Renuncio a sus influjos en la mañana, mis pies desean caminar sus flamas.

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Derechos reservados
©Ross Madder
©Yulieth Gonzalez Zea
William Blake. La triple Hécate, 1795
NOTAS BIOGRÁFICAS

Ross Madder. Poeta, promotora de lectura y tallerista de creación literaria. Librera, fotógrafa aficionada y tejedora de sueños. Ha realizado estudios en administración de empresas, derechos humanos, licenciatura en idiomas modernos, gestión cultural, bibliotecología y gerencia educacional. Sus poemas han sido publicados en diferentes antologías y espacios literarios como Cultura al riel (2013). Corporación Cultural Alejandría (2018). XLVI Festival Internacional de la Cultura (2018), y en el Centro de Estudios Literarios de la Fundación Cantemos (2024). Ha realizado recitales en escenarios literarios como el “Festival Internacional de Literatura Carmina”, el “Festival Iberoamericano de Poesía de Fusagasugá”, el “Encuentro de Literatura Infantil y Juvenil LIJ”, y el “Festival Internacional de la Cultura Campesina FICC”. Fue participe en el recital “Solidaridad con la resistencia de los pueblos originarios en World Poetry Movement”(2022). Ha realizado diversos performances poéticos entre los cuales se cuentan “Mujeres de Poesía”,convocatoria Así celebramos Tunja (2024); “Universos poéticos”, XII Festival Iberoamericano de Poesía de Fusagasugá (2024); y “Los nombres de Dios”, convocatoria para el Encuentro de las Artes (2025). Obtuvo Mención de honor en el concurso “Letras para el Mundo” del Instituto Cultural Latinoamericano de Argentina (2019). Con VITRIOL: VALLE DE LA LUNA, obtuvo el Premio del Consejo Editorial de Autores Boyacenses – CEAB (2024).

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Yulieth Gonzalez Zea (Duitama, Boyacá, Colombia, 1996). Administradora Turística y Hotelera, Especialista en Planificación del Turismo Sostenible, escritora y gestora de proyectos culturales. Autora de Carta celeste (Colección Gato de Cheshire, 2024), y de Carta celeste | Edición especial (2025). Poemas y cuentos suyos han sido publicados en medios físicos y digitales, entre ellos: Selección de poemas, Revista Literaria Luna nueva (Edición No. 50, 2024), Entrégame a las dunas (Blog Poetas colombianos, 2023). Incluida en la antología Brindis antes del alba 20 Cuentistas colombianos (BPoetry Editores, 2022); Crisálida | poemas (Revista Literaria BPoetry, 2019). Fue coordinadora editorial de Burdelianas Poetry y miembro del comité organizador del 1er Festival Internacional de Literatura de Tunja, FilTu 2024. Hizo parte del Taller virtual de poesía de la Biblioteca Nacional de Colombia, adscrito a la Red de Talleres de Escritura Creativa y Tertulias Literarias (Relata). Fue finalista en el Premio de Poesía Gerardo Diego de España (2024). Con Mísero festín de las gaviotas obtuvo el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos 2025. Actualmente, es miembro del colectivo artístico Letras en movimiento, proyecto en el cual también es tallerista y promotora de lectura y escritura. Ha sido invitada a participar como escritora y tallerista en eventos literarios a nivel local y nacional. Paralelo a su actividad cultural, se desempeña como consultora en turismo y marketing digital.